Bienaventurados los que mueren en el Señor

Posted by: Laudem Gloriae

Purgatorio 01 (02)

“El día de los muertos nos hace meditar no sólo en la muerte de las personas queridas, sino también en la nuestra. La muerte es un castigo, y por lo tanto lleva consigo necesariamente un sentimiento de pena, de temor y de miedo; también los Santos lo han experimentado y el mismo Jesús lo quiso experimentar.
Pero la Iglesia nos pone ante los ojos los pasajes escriturísticos mas a propósito para animarnos:
«Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor... [porque mueren] para descansar de sus fatigas; puesto que sus obras los van acompañando» (Ep. III Misa, Ap. 14,13). Muere la vida del cuerpo, muere lo que es humano y terreno, pero permanece la vida del espíritu, permanece las obras buenas practicadas, única asignación que sigue al alma en el gran paso y hace preciosa su muerte: «Preciosa en la presencia del Señor es la muerte de su Santos». Esa muerte ha sido justamente calificada de "Dies natalis", el día natalicio a la vida eterna. ¡Cómo querríamos que fuese tal nuestra muerte! Diesnatalis, que nos introduce en la visión beatífica, que nos hace nacer al amor indefectible del cielo.

Pero hoy precisamente, la liturgia, invitándonos a orar por los fieles difuntos, nos recuerda que entre la muerte y la bienaventuranza eterna esta el purgatorio. Precisamente porque nuestras obras nos siguen y no todas son buenas o, si lo son, están llenas de imperfecciones y defectos, es necesario que el alma, antes de ser admitida a la visión de Dios, sea purificada de todas sus escorias. Y sin embargo, si fuésemos perfectamente fieles a la gracia, no sería necesario el purgatorio. Desde aquí abajo se encarga Dios de purificar a los que se entregan totalmente a Él y se dejan trabajar y plasmar a su gusto. Además, mientras en el purgatorio se sufre sin crecer en el amor, la purificación realizada en la tierra tiene la gran ventaja de ser meritoria, o sea, de aumentar en nosotros la gracia y la caridad y de ponernos así en disposición de amar mas a Dios por toda la eternidad. Este el motivo por el que debemos desear ser purificados en vida.
Pero no nos hagamos ilusiones; también en este mundo la purificación total requiere grandes sufrimientos. Si hoy no somos generosos para sufrir, si no sabemos aceptar aquí abajo el puro y desnudo padecer, semejante al de Cristo en la cruz, nuestra purificación habrá de ultimarse necesariamente en el purgatorio. Que el recuerdo de este lugar de expiación nos haga celosos por aliviar a las almas de los difuntos y, al mismo tiempo, más animosos para abrazar el padecer en reparación de nuestras culpas.


"Concédeme, Señor que en la muerte de las personas queridas mi aflicción sea racional, derramando lágrimas resignadas sobre nuestra condición mortal, reprimidas pronto por el consolador pensamiento de la fe, la cual me dice que los fieles, al morir, se alejan solamente un poco de nosotros para ir a ser más felices.
"Aleja de mi entristecerme al modo de los gentiles, que no tienen esperanza. Muy bien puedo experimentar tristeza; pero que cuando esté afligido, me consuele la esperanza. Con una esperanza tan grande no va bien que tu templo, Señor, este de luto. Allí moras Tú, que eres el consolador; allí moras Tú, que no faltas a tus promesas"
(San Agustín).

"¡Dueño y Creador del universo, Señor de la vida y de la muerte! Tú conservas y colmas de beneficios nuestras almas, concluyes y transformas todas las cosas por obra de tu Verbo, en el punto establecido y según el plan de tu sabiduría; acoge hoy a nuestros hermanos difuntos y dales el eterno descanso.
"En cuanto a nosotros, que puedas Tú acogernos en el instante que te plazca, después de habernos guiado y mantenido en el cuerpo el tiempo que te parezca útil y saludable.
"Que puedas acogernos preparados por tu santo temor, sin turbación y sin titubeos, en el ultimo día. Haz que no dejemos con dolor las cosas de la tierra, como sucede a los que están demasiado apegados al mundo y a la carne; haz que partamos decididos y felices hacia la vida perdurable y bienaventurada, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro, del cual es la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (San Gregorio Nacianceno).

Fuente: P. Gabriel de Santa María Magdalena, Intimidad Divina